-La he vuelto a ver—suspiré.
-¿Qué?
-Nada...--respondí.
Ella arqueó una ceja y me miró con asombro. Luego, me dio una palmadita en la espalda y sonrió.
-Últimamente no pareces tú mismo. Necesitas dormir más, Vaalnard.
-Lo sé, Laurana. Creo que voy a volver a la torre.
Me incliné levemente hacia ella y me alejé hacia mis aposentos en la torre de la luna. Ella estaba en lo cierto, llevaba noches sin dormir bien, me despertaba entre gritos, con todo mi cuerpo sudoroso y con el corazón a punto de salirme del pecho. Hacía tiempo que le había perdido la pista, que ya casi no notaba su presencia y había acabado por asumir que había salido de este reino o de esta misma dimensión. Llevaba meses rehaciendo mi vida, reconstruyendo la orden sacramental de la torre. Había empezado de nuevo con el adiestramiento a los magos, recuperado mi puesto en el consejo e incluso reanudado mi compromiso con Laurana. En definitiva, todo lo que había dejado por la guerra, su guerra. Una batalla que desde el principio no fue mía, era solo suya y yo decidí comprometerme al cien por cien con esa lucha. Aunque Laurana se empeñe en maldecir una y otra vez su nombre, ambos sabemos que ella nunca controló mi voluntad. Al menos no de una forma intencionada, pues cierto es que yo estaba totalmente sumido a sus pies. Y cuando la perdí, no supe que hacer. Me derrumbé completamente, perdiendo el control. No escuchaba a nadie, no dormía, no comía, a veces simplemente me quedaba de pie, inerte en el lugar donde la vi por última vez. Luego la empecé a buscar desesperadamente. Moví cielo y tierra, todo rincón de este reino. Pero empecé a notar cada vez menos la presencia de su sangre hasta el punto en que ya casi no puedo determinar si está con vida. Pero ha vuelto. No físicamente, porque sigo sin poder sentirla, pero sé que está ahí. La conozco mejor que nadie y solo ella se atrevería a volver ahora que por fin estoy volviendo por el buen camino. Yo la enseñé a ser tan retorcida. Comí un trozo de pan con queso al llegar a la torre y me intenté dormir, cogiendo entre mis manos el colgante que suelo llevar. Una media luna. Es el símbolo de mi orden y fue el único regalo que le dí. También fue lo último que vi de ella.
Volvió a pasar. Su rostro borroso tras el agua del pantano, con sus ojos rojos brillando y su melena azabache ondeando. Me gritaba en silencio, me obligaba a volver con ella. Su sangre me pertenecía y ahora ella estaba reclamando a su maestro. No pude aguantar más y bajé de la torre hacia el pantano de Esthalia. Una vez allí me senté a mirar el pantano, esperando a ver algo más que mi reflejo en el agua, pero no vi más que mi figura envuelta en juncos y suciedad.
-Maldita seas.--golpeé el suelo fangoso con rabia, derramando un par de lágrimas—Si no pretendes aparecer, al menos deja de atormentarme en sueños.
Todo ocurrió muy deprisa. Su rostro apareció de repente, solo que esta vez fue más que un reflejo, pude sentir sus brazos rodeándome, empapándome de arena y agua. Esta vez la oí gritar mi nombre y arrancarme con fuerza el colgante de mi cuello.
Desperté en mi cama. Otro maldito sueño. Me levanté de mi cama y noté mis pies húmedos. El suelo estaba encharcado. Abrí la ventana para ver si había llovido, pero la tierra no estaba mojada. Quizás había derramado agua mientras dormía.
Laurana llamó a mi puerta y le indiqué que entrara.
-¿Estás listo? Tenemos mucho que preparar para la boda.
Asentí. Recogí mi melena en una coleta y me puse mi túnica blanca.
-Vámonos.
-¿No te olvidas de algo?
La miré extrañado.
-Creo que no.
Ella me puso la mano en el cuello.
-No llevas tu colgante. Además—dijo acariciándome una mejilla—Estás cubierto de arena.